Instituto de Cardiologìa Cardiovascular en La Habana |
Desde Cubadebate
Por Paquita de Armas. Foto: Juvenal Balan
Para Tommy que pudo y debió estar vivo
Esta historia pudo comenzar en mi natal Holguín cuando por infección en la garganta me subía la temperatura hasta 40 grados centígrados. Tengo un vago recuerdo de que mi papá y mi mamá me llevaban cargada, muy temprano en la mañana a un lugar que le decían la Ondi, para que algún médico me viera y también inyectarme penicilina.
Luego supe que por esa fecha - quizás debido a las fiebres - apareció mi prolapso en la válvula mitral que los doctores llamaban soplo. O tal vez esa afección cardíaca es una predisposición genética, ¡quien sabe!. Lo cierto es que aquella dolencia no impidió una vida rica en ejercicios físicos: esgrima, campo y pista, volybol y gimnasia entre otros deportes. Tampoco imposibilitó que hiciera trabajo voluntario, participara en prácticas de la defensa, subiera lomas, bailara empatando noche y día en los carnavales santiagueros, bebiera lo mismo ron que cerveza y hasta fumara, llegué a consumir más de dos cajetillas Populares al día. Esto último no es, por supuesto, un mérito.
Pero esta historia pudo comenzar también el año pasado, cuando me hice el chequeo de rutina al que me he sometido todos los años desde 1979, fecha en que comencé a tratarme en el Instituto de cardiología y cirugía cardiovascular (ICCCV). El joven Dr Marcos Dopaso al hacerme un Ecocardiograma me preguntó que si yo sabia que tenía una CIA (comunicación interauricular) le dije que no. Y confieso que dudé de ese diagnóstico porque Marcos era apenas un residente, pero se lo comenté al Dr Darío Barrera, calificado cardiólogo con el que siempre me he atendido y él decidió repetir el eco. Para mi asombro no sólo había una CIA, sino una hipertensión pulmonar con remisión a cirugía y ahí comenzó mi vía crucis particular.
Segunda parada
Mi exvecino, amigo y hasta jefe como editor principal de la página web de Cirugía Cardiovascular, el doctor Ángel Manuel Paredes Cordero se encontraba en el Hospital Europeo Georges Pompidou en París, Francia, en una estadía de intercambio profesional. Por suerte existe el e-mail e inmediatamente le escribí porque si alguien tenía que abrirme el tórax ese sería Paredes.
Desde la ciudad luz, el pinareño por nacimiento y orgullo, para muchos especialistas del ramo uno de los mejores cirujanos cardiovasculares de Cuba, para mi el más completo, particularmente en la válvula mitral, me tranquilizó con la esperanza de que por mínimo acceso pudiera cerrarse la dichosa CIA y resolver el problema. Tenía que esperar su regreso y someterme a otros estudios antes de llegar a un diagnóstico definitivo.
Realmente, la única molestia que yo sentía era una opresión en el pecho y un poco de falta de aire cuando subía escaleras, algunas bastante altas por mi negativa a montar en elevadores debido a la claustrofobia. La arritmia que padecía desde un año atrás ni me la sentía. En mi interior tenía la ilusión de resolver mi mal con un cateter, procedimiento mucho menos invasivo que la de trabajar en mi corazón luego de convertir el esternón en dos piezas abiertas que permitieran la intervención quirúrgica del músculo cardiaco.
Mas, a finales del mes de agosto cuando en presencia de Paredes, el reconocido especialista el Dr Juan Valiente Mustelier me hizo el eco supe que mi suerte estaba echada: se trataba de una dolencia que necesitaba una operación a corazón abierto para arreglar dos problemas: la válvula mitral y la CIA, acto con el que se solucionaría la hipertensión pulmonar.
Con la seguridad que lo caracteriza Paredes me apuntó “podría decirte que podemos esperar, pero de hacerlo si te opero dentro de tres o cuatro años no se podrá revertir el daño que haya hecho la hipertensión pulmonar y tendrás síntomas que hoy no tienes. Pero igual te digo: no es de urgencia así que tenemos que aguardar a que bajen las temperaturas, el calor puede dañar un buen resultado quirúrgico”.
Lo primero que hice -y no se lo recomiendo a nadie- fue buscar todo tipo de información en INTERNET, desde el acto quirúrgico en si, sus riesgos y posibilidades, hasta las más mínimas complicaciones. Me fui creando una imagen de qué pasaría conmigo en cada momento y no es aconsejable, porque en más de una oportunidad estuve a punto de renunciar y aceptar que me quedaba poco tiempo en este planeta. También supe que en cualquier lugar del mundo entre pruebas, consultas, análisis, válvula y el acto operatorio, mi proceso de cura no costaría menos de 50 mil dólares, dinero que nunca he visto ni en sueños.
Gracias al correo electrónico recibí muestras de solidaridad de amigos y amigas que viven en distintos lugares y supieron de mi próxima operación. Saber que en Milán, Pontevedra, Almería, Miami, Santiago de Chile, México y otras ciudades hay personas preocupadas por ti, siempre es estimulante.
Esperar a que bajaran las temperaturas posibilitaba otro importante hecho para mi: poderme operar en el ICCCV, que había sufrido una reparación capital, especialmente en los salones de cirugía aún cerrados en ese momento. Yo los había visto y no tienen nada que envidiarle a los del primer mundo que vemos en el cine o la televisión. Por más de cinco años se estuvo trabajando en dotar al país de una institución en la que los equipos y la construcción, estuvieran a la altura de un colectivo de cirugía y cardiología integrado por prestigiosos profesionales en Cuba y que en muchos casos son reconocidos allende los mares.
Tercera parada
El mismo día que ingresé me habían hecho la coronografía y Paredes me comentó que el corazón no estaba tan mal como pensaba. Eso fue el lunes 13 y cuatro días después, cuando sonaban los tambores por Babalú Ayé, durante una manipulación de unas tres horas me insertó una válvula mitral artificial y arregló la dichosa CIA.
Había llegado dormida al salón de operaciones en el que ya se habían realizado más de 20 intervenciones con cero mortalidad, a pesar de tratarse en su mayoría de casos muy complicados, un excelente average. En mi caso el Dr Fausto Rodríguez cuidó como anestesiólogo de todo el proceso quirúrgico mientras el licenciadoAlexei Suárez, perfusionista, me mantuvo viva con el uso de circulación extracorpórea (máquina corazón pulmón).
Todo eso lo supe después porque no desperté hasta dieciocho horas más tarde y sufrí por un tiempo la entubación, momentos que no olvidaré nunca por la sed y la desesperación que ocasiona ese utilísimo artefacto atravesado en la garganta.
Estaba, por supuesto, en la sala de cuidados intensivos y allí disfruté del cuidado de enfermeras y enfermeros, la atención de los médicos. Recuerdo al Dr Axel Cruz, que me comentó que un paciente le había descrito lo que era una operación de este tipo: “Me pasó un tren por arriba”, le habían dicho a este profesional que con toda solicitud nos atendió durante toda la noche y ayudó con sus consejos a que doliera menos extraer los tubitos del drenaje.
El lunes 20 casi amanecí en la sala, en el cuarto piso. Al frio del aire acondicionado se unía el natural que había por esos días en Ciudad de La Habana. Mis acompañantes llegaban tiritando y yo para que decir. La tos, ay, la tos, acostarme, levantarme y cualquier movimiento del tórax, ocasionaban el dolor agudo. Entonces valía como nunca que me masajearan la espalda, con suaves golpecitos a la vez que bebía agua de mis pomos siempre a mano.
La diligente y dulce Dra Lisbet González junto a una tropa de enfermeras, enfermeros, pantristas y otros trabajadores de servicio que se encargaron de hacer mi estancia postoperatoria un poco más agradable. Hasta de noche estaban pendientes de mi tos y para sacarme los restos de agujas, electrodos y otros artilugios propios de esa operación, tenían tal cuidado que no puedo decir que sentí un gran dolor en ninguna ocasión.
Llegada
Al llegar a mi casa el 23 de diciembre todavía no notaba los cambios de mi corazón. Tenía aún mucho dolor y estaba muy preocupada porque mi sangre no había logrado ser lo líquida que necesita una prótesis valvular. Para que el precioso liquido no forme un trombo tengo que tomar warfarina de por vida, como miles de operados u otro tipo de pacientes que viven en este planeta. Es el único cuidado que recomendó Paredes “Ahora yo terminé, tu vida está en las manos de la Dra Aida Crespo”. Ella es la especialista de alto nivel que atiende a los centenares de pacientes que se chequean sistemáticamente mediante el tiempo de protombina en el ICCCV para ver cómo anda su sangre.
Aunque no he conseguido dormir diez horas seguidas como hacía antes de la intervención, ya concilio el sueño mejor y más temprano. Este trastorno se debe al estrés. No creo que exista una persona que se haya sometido a este proceso y no lo haya hecho con mucho temor y miles de dudas.
A más de veinte de días de operarme me di cuenta que mi corazón era otro. Había entrado la madrugada y como no lograba llegar a Morfeo me puse a hacer ejercicios respiratorios cuando no sentí aquel borboteo que era común en mí al acostarme. Confieso que me asusté, hasta que me sumergí con placer en mi silencioso movimiento cardiaco. Tan sólo hace unos días reparé en que después de operarme no he vuelto a necesitar mi spray de salbutamol, a pesar de los múltiples cambios de tiempo. Ya camino, a veces bien rápido, y no tengo disnea. Pronto empezaré a realizar los ejercicios recomendados para la rehabilitación cardiovascular.
Y si, decididamente, si pudiera volver el tiempo atrás me pondría de nuevo en manos de Paredes y su equipo. Ellos y ellas han posibilitado que hoy, después de ese viacrucis con sus estaciones y paradas singulares, yo tenga mayor calidad de vida y haya recuperado un placentero silencio cardiovascular que bien vale haber sufrido miedos y dolores.
Luego supe que por esa fecha - quizás debido a las fiebres - apareció mi prolapso en la válvula mitral que los doctores llamaban soplo. O tal vez esa afección cardíaca es una predisposición genética, ¡quien sabe!. Lo cierto es que aquella dolencia no impidió una vida rica en ejercicios físicos: esgrima, campo y pista, volybol y gimnasia entre otros deportes. Tampoco imposibilitó que hiciera trabajo voluntario, participara en prácticas de la defensa, subiera lomas, bailara empatando noche y día en los carnavales santiagueros, bebiera lo mismo ron que cerveza y hasta fumara, llegué a consumir más de dos cajetillas Populares al día. Esto último no es, por supuesto, un mérito.
Pero esta historia pudo comenzar también el año pasado, cuando me hice el chequeo de rutina al que me he sometido todos los años desde 1979, fecha en que comencé a tratarme en el Instituto de cardiología y cirugía cardiovascular (ICCCV). El joven Dr Marcos Dopaso al hacerme un Ecocardiograma me preguntó que si yo sabia que tenía una CIA (comunicación interauricular) le dije que no. Y confieso que dudé de ese diagnóstico porque Marcos era apenas un residente, pero se lo comenté al Dr Darío Barrera, calificado cardiólogo con el que siempre me he atendido y él decidió repetir el eco. Para mi asombro no sólo había una CIA, sino una hipertensión pulmonar con remisión a cirugía y ahí comenzó mi vía crucis particular.
Moderna máquina de circulación extracorpórea |
Coronografía |
Enfermera hace su trabajo con cuidado |
Nuevo ventilador respirador mecánico que ventila durante la operación |
Fase de la operaciòn a corazon abierto |
Otra fase de la operaciòn |
Doctor Ángel Manuel Paredes Cordero: todo salio bien! |
El corazón de Paquita, antes y después |
Segunda parada
Mi exvecino, amigo y hasta jefe como editor principal de la página web de Cirugía Cardiovascular, el doctor Ángel Manuel Paredes Cordero se encontraba en el Hospital Europeo Georges Pompidou en París, Francia, en una estadía de intercambio profesional. Por suerte existe el e-mail e inmediatamente le escribí porque si alguien tenía que abrirme el tórax ese sería Paredes.
Desde la ciudad luz, el pinareño por nacimiento y orgullo, para muchos especialistas del ramo uno de los mejores cirujanos cardiovasculares de Cuba, para mi el más completo, particularmente en la válvula mitral, me tranquilizó con la esperanza de que por mínimo acceso pudiera cerrarse la dichosa CIA y resolver el problema. Tenía que esperar su regreso y someterme a otros estudios antes de llegar a un diagnóstico definitivo.
Realmente, la única molestia que yo sentía era una opresión en el pecho y un poco de falta de aire cuando subía escaleras, algunas bastante altas por mi negativa a montar en elevadores debido a la claustrofobia. La arritmia que padecía desde un año atrás ni me la sentía. En mi interior tenía la ilusión de resolver mi mal con un cateter, procedimiento mucho menos invasivo que la de trabajar en mi corazón luego de convertir el esternón en dos piezas abiertas que permitieran la intervención quirúrgica del músculo cardiaco.
Mas, a finales del mes de agosto cuando en presencia de Paredes, el reconocido especialista el Dr Juan Valiente Mustelier me hizo el eco supe que mi suerte estaba echada: se trataba de una dolencia que necesitaba una operación a corazón abierto para arreglar dos problemas: la válvula mitral y la CIA, acto con el que se solucionaría la hipertensión pulmonar.
Con la seguridad que lo caracteriza Paredes me apuntó “podría decirte que podemos esperar, pero de hacerlo si te opero dentro de tres o cuatro años no se podrá revertir el daño que haya hecho la hipertensión pulmonar y tendrás síntomas que hoy no tienes. Pero igual te digo: no es de urgencia así que tenemos que aguardar a que bajen las temperaturas, el calor puede dañar un buen resultado quirúrgico”.
Lo primero que hice -y no se lo recomiendo a nadie- fue buscar todo tipo de información en INTERNET, desde el acto quirúrgico en si, sus riesgos y posibilidades, hasta las más mínimas complicaciones. Me fui creando una imagen de qué pasaría conmigo en cada momento y no es aconsejable, porque en más de una oportunidad estuve a punto de renunciar y aceptar que me quedaba poco tiempo en este planeta. También supe que en cualquier lugar del mundo entre pruebas, consultas, análisis, válvula y el acto operatorio, mi proceso de cura no costaría menos de 50 mil dólares, dinero que nunca he visto ni en sueños.
Gracias al correo electrónico recibí muestras de solidaridad de amigos y amigas que viven en distintos lugares y supieron de mi próxima operación. Saber que en Milán, Pontevedra, Almería, Miami, Santiago de Chile, México y otras ciudades hay personas preocupadas por ti, siempre es estimulante.
Esperar a que bajaran las temperaturas posibilitaba otro importante hecho para mi: poderme operar en el ICCCV, que había sufrido una reparación capital, especialmente en los salones de cirugía aún cerrados en ese momento. Yo los había visto y no tienen nada que envidiarle a los del primer mundo que vemos en el cine o la televisión. Por más de cinco años se estuvo trabajando en dotar al país de una institución en la que los equipos y la construcción, estuvieran a la altura de un colectivo de cirugía y cardiología integrado por prestigiosos profesionales en Cuba y que en muchos casos son reconocidos allende los mares.
Tercera parada
El mismo día que ingresé me habían hecho la coronografía y Paredes me comentó que el corazón no estaba tan mal como pensaba. Eso fue el lunes 13 y cuatro días después, cuando sonaban los tambores por Babalú Ayé, durante una manipulación de unas tres horas me insertó una válvula mitral artificial y arregló la dichosa CIA.
Había llegado dormida al salón de operaciones en el que ya se habían realizado más de 20 intervenciones con cero mortalidad, a pesar de tratarse en su mayoría de casos muy complicados, un excelente average. En mi caso el Dr Fausto Rodríguez cuidó como anestesiólogo de todo el proceso quirúrgico mientras el licenciadoAlexei Suárez, perfusionista, me mantuvo viva con el uso de circulación extracorpórea (máquina corazón pulmón).
Todo eso lo supe después porque no desperté hasta dieciocho horas más tarde y sufrí por un tiempo la entubación, momentos que no olvidaré nunca por la sed y la desesperación que ocasiona ese utilísimo artefacto atravesado en la garganta.
Estaba, por supuesto, en la sala de cuidados intensivos y allí disfruté del cuidado de enfermeras y enfermeros, la atención de los médicos. Recuerdo al Dr Axel Cruz, que me comentó que un paciente le había descrito lo que era una operación de este tipo: “Me pasó un tren por arriba”, le habían dicho a este profesional que con toda solicitud nos atendió durante toda la noche y ayudó con sus consejos a que doliera menos extraer los tubitos del drenaje.
El lunes 20 casi amanecí en la sala, en el cuarto piso. Al frio del aire acondicionado se unía el natural que había por esos días en Ciudad de La Habana. Mis acompañantes llegaban tiritando y yo para que decir. La tos, ay, la tos, acostarme, levantarme y cualquier movimiento del tórax, ocasionaban el dolor agudo. Entonces valía como nunca que me masajearan la espalda, con suaves golpecitos a la vez que bebía agua de mis pomos siempre a mano.
La diligente y dulce Dra Lisbet González junto a una tropa de enfermeras, enfermeros, pantristas y otros trabajadores de servicio que se encargaron de hacer mi estancia postoperatoria un poco más agradable. Hasta de noche estaban pendientes de mi tos y para sacarme los restos de agujas, electrodos y otros artilugios propios de esa operación, tenían tal cuidado que no puedo decir que sentí un gran dolor en ninguna ocasión.
Llegada
Al llegar a mi casa el 23 de diciembre todavía no notaba los cambios de mi corazón. Tenía aún mucho dolor y estaba muy preocupada porque mi sangre no había logrado ser lo líquida que necesita una prótesis valvular. Para que el precioso liquido no forme un trombo tengo que tomar warfarina de por vida, como miles de operados u otro tipo de pacientes que viven en este planeta. Es el único cuidado que recomendó Paredes “Ahora yo terminé, tu vida está en las manos de la Dra Aida Crespo”. Ella es la especialista de alto nivel que atiende a los centenares de pacientes que se chequean sistemáticamente mediante el tiempo de protombina en el ICCCV para ver cómo anda su sangre.
Aunque no he conseguido dormir diez horas seguidas como hacía antes de la intervención, ya concilio el sueño mejor y más temprano. Este trastorno se debe al estrés. No creo que exista una persona que se haya sometido a este proceso y no lo haya hecho con mucho temor y miles de dudas.
A más de veinte de días de operarme me di cuenta que mi corazón era otro. Había entrado la madrugada y como no lograba llegar a Morfeo me puse a hacer ejercicios respiratorios cuando no sentí aquel borboteo que era común en mí al acostarme. Confieso que me asusté, hasta que me sumergí con placer en mi silencioso movimiento cardiaco. Tan sólo hace unos días reparé en que después de operarme no he vuelto a necesitar mi spray de salbutamol, a pesar de los múltiples cambios de tiempo. Ya camino, a veces bien rápido, y no tengo disnea. Pronto empezaré a realizar los ejercicios recomendados para la rehabilitación cardiovascular.
Y si, decididamente, si pudiera volver el tiempo atrás me pondría de nuevo en manos de Paredes y su equipo. Ellos y ellas han posibilitado que hoy, después de ese viacrucis con sus estaciones y paradas singulares, yo tenga mayor calidad de vida y haya recuperado un placentero silencio cardiovascular que bien vale haber sufrido miedos y dolores.
1 commento:
incluso sufriendo el bloqueo económico mas grande de la historia, cuba y su gente a demostrado que lo primero ante todo es el cuidar de cada uno de sus habitantes! el invertir en sus institutos a pesar de las dificultades económicas y lograr el gran nivel profesional de cada uno de sus médicos es la gran victoria que a cada cubano puede hacerlo sentir orgulloso!
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